Columna al servicio de la libertad: Por un gobierno con «capacidades»
Patricia Soria Palacios
 

El 3 de diciembre se conmemora desde 1992 el Día Internacional de las Personas con Discapacidad con el fin de fomentar el igual tratamiento, la integración y las acciones orientadas a la no discriminación y la igualdad de oportunidades en las cotidianas situaciones de desventaja en las que la sociedad sitúa a las personas con capacidades diferentes.

La Clasificación Internacional del Funcionamiento, de la Discapacidad y de la Salud (CIF), define discapacidad como «un término genérico que engloba deficiencias, limitaciones de actividad y restricciones para la participación. La discapacidad denota los aspectos negativos de la interacción entre personas con un problema de salud (como pará­lisis cerebral, síndrome de Down o depresión) y factores personales y ambientales (como actitudes negativas, transporte y edificios públicos inaccesibles, y falta de apoyo social)».

Investigando fuentes como la OMS, ONU, y fundaciones dedicadas a la obra social, encontramos que el 15% de la población mundial convive con algún tipo de discapacidad, que la prevalencia de discapacidad es mayor en los países de ingresos bajos que en los de ingresos elevados, que son de la población en general quienes sufren los peores niveles de salud, educación, desempleo, pobreza, y por ende una mayor dependencia de otras personas, de las instituciones y una mayor vulnerabilidad de los derechos humanos y libertades fundamentales como el respeto de su dignidad misma.

Desde hace unos años se ha cambiado la conceptualización de personas discapacitadas a personas con capacidades diferentes. Comparto absolutamente este último concepto ya que no existe ninguna persona que no se destaque por alguna de sus acciones, pues aquel que no puede expresar arte con las manos lo hará con los pies, el cuerpo entero, con la voz, la mirada, o el corazón.

Si hay una capacidad que creo que todas las personas tenemos es la capacidad de amar aunque ciertas veces la vida nos golpea duramente con diferentes situaciones y nos vemos tentados de creer que no todos poseemos esta capacidad.

Inclusive existe una cierta hipocresía social con respecto a dicha capacidad y la de ser solidario con el prójimo. El 3 de diciembre pasado como los últimos años, se realizó la jornada para recaudar dinero para la Teletón, gran símbolo de la esperanza, amor y solidaridad, en la que por suerte se supera el total recaudado año a año sin obstáculo alguno.

En la generalidad de la opinión pública percibimos un sentimiento de alegría ya que el colectivo de la sociedad uruguaya se une para hacer frente a esta realidad de los chiquitos de la Teletón y darles una mejor calidad de vida.

En mi caso si bien me siento confortada al saber que muchos niños del interior del país tendrán la posibilidad de mejorar su calidad de vida, me quedo con la sensación de ser parte de una sociedad con una sensibilidad controlada por los medios de comunicación. Parecería ser que actuamos como máquinas que reaccionan al simple estímulo de una publicidad que nos indica cuándo y dónde colaborar; pero cuando sube al bus una persona con dificultad para mantenerse en pie y conservar el equilibrio mientras éste se encuentra en marcha, miramos para el costado, optamos por mirar el celular como si la pantalla nos mostrara una verdad inexorable o simplemente fingimos estar durmiendo profundamente para no ceder nuestro asiento.

La discriminación es real, se siente, se percibe y se ve a diario en lugares comunes, no se necesita hablar, está en la mirada de quien va en el ómnibus, en los ojos de los padres de los niños «normales» al llevarlos a la escuela, en una entrevista de trabajo, en un casting artístico, en una cita a ciegas, en la plaza y el súper.

La Democracia bien entendida requiere que todos tengamos igualdad de oportunidades y no podemos hablar de una Democracia plena conformándonos con la ley 18.094 que admite unos lugares en la administración pública para personas con discapacidades y una pensión del BPS que no alcanza para cubrir un alquiler promedio.  Debemos apuntar a un Estado con programas, recursos, políticas y acciones orientadas a atenuar la desigualdad de derechos que se sufre no solo de parte de las instituciones sino de la estigmatización social de la que todos los uruguayos tenemos nuestra cuota de responsabilidad.

 
 
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