Las elecciones en Venezuela y el fraude
Leyla Martin
 

Muchos han sido los análisis desarrollados por los entendidos sobre la posibilidad de fraude en las elecciones presidenciales del pasado 7 de octubre de 2012.

Contrariamente a lo que muchos desearon y esperaron, lejos de mermarse, las esperanzas de los venezolanos siguen vivas pese al «triunfo», una vez más, del mandatario Hugo Chávez Frías.

Una participación del 81 % de la ciudadanía electora, la más alta que se ha registrado, queda para la posteridad política nacional. Un 45 %, es decir, más de seis millones y medio de venezolanos, en unas elecciones calificadas como históricas, siguieron a un nuevo líder, creyendo en un cambio posible para un mejor futuro.

Los cristianos suelen decir que «el tiempo de Dios es perfecto»*; así lo creo.

Venezuela ha vivido procesos muy convulsionados en las últimas décadas. Primero por los estados de corruptela, indolencia, desidia, ilegalidades y politiquería, en los anteriores gobiernos al Socialismo del siglo XXI, y luego, durante esta nefasta gestión, en la cual se obra en pro de una división de los hermanos y compatriotas bajo la vieja premisa: «Divide y triunfarás».

Muchos han sido los análisis desarrollados por los entendidos sobre la posibilidad de fraude en las elecciones presidenciales, celebradas el pasado 7 de octubre de 2012. Sin embargo, el mismo candidato Henrique Capriles, al aceptar el triunfo de Hugo Chávez, opinó que no se había cometido.

Si bien es cierto que no fueron traspasados los votos de este contendor al ya presidente de la república ni que las máquinas cambiaron las cifras, habría que considerar dos de las acepciones del término en cuestión:

1. Intervención deliberada en un proceso electoral con el propósito de impedir, anular o modificar los resultados reales.

2. Engaño que se realiza eludiendo obligaciones legales o usurpando derechos con el fin de obtener un beneficio.

Para que se cumpla lo arriba definido, pudieran darse acciones como todas estas o cualquiera de ellas, que efectivamente se dieron:

· Coerción a los electores, impidiéndoles la libre expresión de su opinión a favor del candidato de su preferencia, con métodos como la conducción de votantes o su traslado, a cargo de dirigentes políticos, para el depósito del voto a favor de su partido.

· Retribución monetaria por el voto o compra del mismo, incluyendo a la indigencia, que si bien tiene el derecho no lo percibe como prioridad.

· Confabulación de los entes encargados de velar por la legitimidad del proceso.

· Cooperación por parte de los efectivos de los Cuerpos de Seguridad comisionados para el desarrollo de los comicios. (Caso Venezuela: Guardia Nacional).

· Impostor del elector: otro individuo vota por el verdadero, aun habiendo fallecido.

· Abuso y desproporción en la propaganda a favor del Gobierno.

· Avance apresurado para entrega a último momento de obras prometidas, a ciudadanos que inclusive son «fichados» por el régimen para acceder a esos favores o ayudas, independientemente de que aquellas no cuenten con las mínimas condiciones de calidad o sencillamente no les sean asignadas una vez ejercido el sufragio.

· Utilización de dineros del Estado que permitan el financiamiento y promoción de la candidatura del presidente en funciones, aspirante a reelección.

· Intervención o control en los medios de comunicación.

Pues bien, el acaudalado y fuerte, así como inescrupuloso Estado venezolano, actuó, tal como lo manifestó Capriles: «Todo el aparato del Estado contra mí».

La decepción, la tristeza y hasta la frustración por la pérdida luego de la emoción y el esfuerzo realizado por los ciudadanos, oscureció la jornada colocándola en tela de juicio con la duda del fraude.

Claro que hubo trampa y aunque el chavismo dejó que la población votara desde muy temprano (en algunos centros la gente hacía fila desde las 2 y 3 de la madrugada) se había corrido la voz de que luego del mediodía los grupos violentos partidarios de la revolución estarían en la calle para amedrentar, y así fue. Pero, más allá de ello, privó la valentía de los ciudadanos que aguardaban se regularizara el atraso existente en muchas de las mesas electorales, que ex profeso se ocasionaba, para poder expresarse.

A las 5 de la tarde del 7 de Octubre de 2012 se sabía ganador a Capriles por 5 puntos, ante lo cual los partidarios del Gobierno hacían inocultable el pánico sacando la carta que guardaban bajo la manga. El Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) inició una maniobra retorcida trazada luego de cohibir hasta donde les fue posible la asistencia opositora, induciendo los votos a favor de Chávez.

Los Centros Electorales —que dicho sea de paso, ofrecieron todos los obstáculos para que los votantes cumplieran su cometido, primero complicando el proceso electivo, especialmente en las zonas con mayoría partidaria de Capriles— debían cerrar a las 6.00 p.m., siempre y cuando no se mantuviesen personas esperando a las puertas de los mismos. Los concurrentes habían persistido durante horas en las colas por un retardo injustificado y macabramente elaborado para ello, apostando al cansancio. Una vez llegada la hora del cierre y no habiendo en muchos de los centros gente aguardando desde mucho antes, la guardia nacional impedía a los miembros de las mesas el cierre de las mismas hasta recibir la «orden» del CNE [Consejo Nacional Electoral].

Es allí donde comienza a moverse el Estado omnipotente y a utilizar toda su maquinaria para abordar y trasladar desde sus casas y en transportes de instituciones gubernamentales a más votantes identificados gracias a los fichajes en sus inventarios (beneficiarios de las diversas misiones, funcionarios de las diferentes instituciones públicas, militantes del PSUV, contratistas y todo quien de alguna manera depende del Gobierno).
Una vez superada la votación del aspirante opositor a favor del presidente-candidato Hugo Chávez, el Consejo Nacional Electoral, con una celeridad no acostumbrada en anteriores ocasiones, se dispuso a ofrecer el primer boletín, cuyos resultados, según su presidenta, ya eran irreversibles, habiendo inclusive afluencia aguardando para ejercer el sufragio en muchos puntos.

A esto se suma la gran presión ejercida a través de los medios de comunicación por los voceros del régimen para que sus «partidarios» hicieran lo propio. Los emisarios del presidente convocaron a su gente para que consumara el «compromiso ineludible de salir a salvar la revolución».

Se cancelaron deudas atrasadas y se hicieron pagos adelantados a beneficiarios del Estado y sus planes, etcétera; mucho capital para comprar conciencias y mucha ignorancia recibiéndolo, sin conocer a ciencia cierta qué estaban dando a cambio.  

Una cifra superior a los cien mil votos, que debía otorgarse a Henrique Capriles, se consideró nula, por marcarse en una de las tarjetas que no le correspondía, como producto de una de esas situaciones no resueltas apropiadamente por el CNE.

Durante la campaña, hubo abuso mediante mensajes proselitistas y «cadenas» revestidas de propaganda con una ventaja absoluta de horas de duración, fuera de las normas establecidas para dicho proceso.

Se entorpeció el derecho a los residentes en el exterior del país.

¿Fraude, entonces?

Puede catalogarse como una conspiración vulgar, como el burlesco y aberrante uso prolongado del ventajismo del Estado venezolano para colaborar con el presidente reelecto, contando con el soporte y anuencia de todos los medios al alcance del Gobierno y de sus instituciones, queriendo dar, a pesar de ello, la imagen de un procedimiento transparente, al negarse a aceptar la derrota ante un contrincante cuya experiencia, formación, capacidad e inteligencia no son debatibles.

Aunque la batalla parezca perdida, vienen mejores tiempos en los que veremos el fruto de lo sembrado, un horizonte de progreso y la cristalización de los sueños.

Henrique Capriles logró un resultado que sin ser la victoria, puede considerarse un enorme avance de los adversarios al Gobierno en contraste con las elecciones presidenciales de 2006.

Hubo un ascenso en el techo que tenía la oposición de más de 2.2 millones de votos, mientras que para Chávez el incremento es de únicamente 700 000.

La unidad funcionó y como tal se expresó. Toda la conspiración deshonesta cometida por el Gobierno no debe ahora desmovilizar la intención de votar nuevamente en las próximas elecciones regionales (gobernaciones [16 de diciembre de 2012] y alcaldías y concejos municipales [14 de abril de 2013]), para que puedan erigirse como un muro contenedor y no dejar el camino libre al avance del proceso que tiene como fin profundizar su revolución y el socialismo.

 
* La frase que cita la autora fue utilizada por Henrique Capriles durante el discurso en que reconoce su derrota en los comicios (N. del E.). [↑]
 
 
 
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