Huerta orgánica en el hospital Dr. Luis Piñeyro del Campo: el valor supremo de la vida

Ruben Jorge Castro Latorre

 

La vida siempre nos da sorpresas, y esta que les relataré es de esas maravillosas sorpresas que te hacen pensar y siempre sonreírle a la vida. En visitas que realizo al hospital geriátrico Dr. Luis Piñeyro del Campo observé una huerta y un vivero que se estaban llevando adelante, dado que tienen grandes predios el espacio está siendo bien aprovechado. La idea surgió por el año 2009 a iniciativa de la asistente social Estela Larisa, coordinada con la psicóloga Gabriela Ferraro y una comisión de apoyo dentro del geriátrico. Luego de marchas y contramarchas las tareas tuvieron dificultades hasta que llegó contratada la funcionaria Mary Rebollo, quien le ha impuesto una impronta personal muy fuerte, el placer por la tarea, el orgullo de llevarla adelante y la necesidad personal de recuperarse de un muy duro golpe. Ante la inesperada muerte de su señor esposo por un tumor maligno, quedó sola con una hija de ocho años, cuando recibió la llamada del hospital para ejercer el cargo al que se había presentado dos años antes sin que jamás la hubieran llamado, lo cual sucedió cuando más lo necesitaba. Saliendo de sus propias dificultades canalizó allí todo su entusiasmo y su decir «¡vamos adelante que la vida puede más!».

¿Y con quién cuenta Mary?, cuenta con el Sr. Pedro Zabalecchi, un interno del hospital geriátrico de sesenta y nueve años de edad, quien está allí desde 1998. Pedro trabaja preparando la tierra, dentro del vivero, riega la huerta en forma permanente y con su horquilla da vuelta tierra, todo ello con una gran energía… ¡desde su silla de ruedas! Pedro, por una cruel enfermedad, debió ser operado y sufrió la amputación de ambos miembros inferiores. Su historia se remonta a sus padres, inmigrantes ucranianos, llegados a Uruguay y afincados en el Cerro de Montevideo. Su padre trabajó en los frigoríficos como muchos otros extranjeros ciudadanos del mundo que llegaban a estas tierras en busca de mejoras y que las encontraron forjando acá sus familias, hogares y progresos en un país que les abría los brazos y ellos respondían con esfuerzos, sacrificios y cimentaban también el crecimiento de la nación. Pedro fue haciendo su propio camino en la cultura del trabajo, durante años se desempeñó en MUSA, Manufactura Uruguaya, una industria textil, y luego más de veinte años en José Martínez Reyna, hoy ambas cerradas. Como el trabajo escaseaba se fue a vivir y trabajar a la República Argentina, emigrando como lo habían hecho sus padres buscando una oportunidad, allí realizó varias tareas hasta que enfermó.  Operado y en malas condiciones económicas su familia lo trajo de vuelta a la tierra que lo vio nacer. Lo pusieron en una casa de salud dos días y luego por un contacto lo trasladaron al Piñeyro. Abandonado por su familia, Pedro cuenta con tres hermanas mayores que viven en Montevideo, pero que muy poco o nada lo ven. Su esposa una vez al año viaja a verlo.

A pesar de todo él sigue con mucho entusiasmo todas las actividades del hospital, participando de los talleres de rehabilitación. Pedro está necesitando una silla especial con ruedas más gruesas que le permitan transitar entre el pasto, para que pueda movilizarse mejor, mientras Mary Rebollo nos cuenta de las necesidades de la huerta, las que se van de a poco solucionando, herramientas, macetas, mejores accesos al vivero, un local para guardar todo y evitar robos, que se han sucedido lamentablemente dentro del predio, más allá de la vigilancia que hay. Mary está encauzando otro desafío, trabaja con jóvenes drogadictos en el hogar Portón Amarillo. Ambos, Mary y Pedro, nos están dando una lección de vida, que las dificultades se pueden siempre superar, que vale la pena seguir peleando y que hay también instituciones del Estado que estando bien dirigidas y con personal técnico y funcionarios comprometidos pueden hacer cosas, que ello tiene su premio, no solo en la faz personal y en el orgullo de la gestión bien realizada, con el bien a la sociedad y a la institución a la que pertenecen, sino también en la de los propios internados que agradecen una gestión que los atiende como personas, como seres humanos dignos de respeto, cuando están en el otoño de sus vidas y más lo necesitan.

 
 
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