¡En Uruguay sólo multas!
Marcelo Caporale
 

En España y Noruega controlan el tránsito.

El fin de semana pasado camino al aeropuerto, Av. de las Américas, cerca de los locales para fiestas que por allí se encuentran se vislumbra un gran operativo de policía caminera, con lo que pensé, ¿un accidente? Pues no, mismo perro con distinto collar, estaban controlando alcoholemia a la salida de las fiestas, cosa que no me parece del todo mal, aunque considerando estar en cambio de quincena y mes de temporada podrían hacer mejor uso de funciones y controlar las rutas que llevan al este y dejar esa tarea para los inspectores municipales. Igualmente al constatar mi nivel de 0,0% me multaron por no tener la propiedad del vehículo, había salido de casa por pocas cuadras a llevar una amiga a una de las fiestas, entonces: ¿ustedes creen que se preocuparon por verificar si mi auto era realmente robado, o no? Negativo.

Prácticas como esta, y la de esconderse detrás de los árboles, hacen del control de los accidentes de tránsito un fracaso, y un éxito el llenado de las arcas municipales y por el momento también estatales.

No está mal la fiscalización y el castigo a quienes incumplen las normas, lo que está mal es no evitar las situaciones pudiendo hacerlo, por la ambición de concretar las multas como objetivo primario. Actitud a la que los montevideanos ya nos hemos acostumbrado, y no debería ser así.

En Noruega, camino a Cabo Norte en el condado de Finnmark, la última frontera del continente euroasiático, allá dentro del Círculo Polar Ártico, pasamos por una ciudad llamada Narvik, llegando al cono urbano descendimos la velocidad ya que estábamos en zona de cincuenta. Pasamos por delante de un control de patrulla de ruta, nos hacen señas y educadamente nos piden los documentos y nos multan por exceder en tres kilómetros la máxima permitida, sí, íbamos a cincuenta y tres. Tolerancia cero, y en rutas regionales la tolerancia es de siete kilómetros por hora. Esto no lo sabíamos, pensábamos que era como en el resto de Europa, pero a lo que voy es a las formas.

Un hombre de buenos modales que me explica las normas, y al entender que éramos turistas nos dice del descuento de impuestos para extranjeros, y por allí se me ocurre preguntarle si su salario se veía afectado por la cantidad de multas que él redactaba, que en mi país esa era la práctica común, y sorprendido, con mala cara me contesta que de ninguna manera, que eso afectaría al correcto funcionamiento del sistema. La cifra, seiscientos cincuenta euros.

Entonces vuelvo a lo que pasaba el fin de semana pasado, con un oficial de policía caminera ordinario, que escribía mis datos al son de «¡cómo estoy haciendo boletas hoy!...», lo repetía una y otra vez. El oficial Alfredo Olivera, agente de primera, me despide: «Tiene que pasar por caminera, averigüe».  ¿Cuál es la necesidad de hacer esto? ¿Y si yo además era extranjero? No alcanza con que hacen mal su trabajo, así nos tratan.
Otra situación, esta vez en España. Camino a Cádiz se me ocurrió pasar por Ronda, una ciudad medieval en el risco de una montaña, imaginen una corona puesta sobre el perímetro de un pico montañoso, detrás del muro un abismo hacia abajo y solo un punto de entrada, magnífico puente entre laderas de montañas, un enclave bien ubicado y estratégicamente impenetrable para el enemigo.

Ahora bien, con mis compañeros de viaje en Marruecos, y a ochenta kilómetros de llegar me estaba por tomar el trago amargo del viaje, ya cuando el dinero escaseaba y sobre el final de esta aventura, me multan otra vez. Solo en la camioneta, ciento cincuenta euros por rebasar un camión en línea continua. Nuevamente y a simple vista se encontraba este simpático oficial con su moto BMW al cual no había visto por rebasar al camión, y con su aparatito conectado a GPS, verifican mis datos, los del vehículo, consultan a central por la exoneración de impuestos y pago en el acto noventa y ocho euros, ¡todo mi capital! Boleta impresa y recomendación de qué grutas visitar para ver pinturas rupestres cuando llegue a destino, los consejos de cuidado y me despide «uruguaio, tenga buen viaje», y a seguir ruta.

Diferencias que hacen a lo profundo en los cambios de valores que experimenta nuestra sociedad. Y en las distancias con el primer mundo, que no nos engañe la vista, no es por la infraestructura, no es por el dinero que manejan, ni sus ciudades colosales. Es por aquello que no se ve, porque no solo parecen más evolucionados, es por el orden que llevan en su vida como ciudadanos, es por el respeto por el otro y porque no solo habitan las ciudades, es su tradición por las normas y la responsabilidad con que las asumen.

 
 
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