Respeto (II)
«Una Hormiga Colorada Más»
 

Desde que el mundo es mundo, los hombres viven en sociedad. A lo largo de siglos y siglos de existencia, han debido aprender a adaptarse e interrelacionarse para enfrentar los peligros que individual y colectivamente se le presentan durante su presencia sobre la faz de la Tierra.

De las pequeñas tribus a los grandes conglomerados actuales, todos sus integrantes se rigen por normas establecidas por ellos mismos para lograr una convivencia pacífica y armónica, que les permita realizarse como personas, tanto a nivel individual como colectivo.

Ese tejido social está sustentado sobre el nivel de respeto con que los individuos acaten esas normas, aceptando por ende los castigos que pudieran corresponder ante el incumplimiento de las mismas.

Desde el punto de vista etimológico, la Real Academia Española define «respeto» como «veneración, acatamiento» y en sentido figurado, «miedo o temor». En la vida cotidiana, «respeto» significa valorar a los demás, acatar su autoridad y considerar su dignidad. El respeto exige un trato amable y cortés. Es la esencia de las relaciones humanas, de la vida en comunidad, del trabajo en equipo, de la vida conyugal, de cualquier relación interpersonal. Es garantía de transparencia; se ajusta siempre a la verdad; no tolera bajo ninguna circunstancia la mentira y repugna la calumnia y el engaño. El respeto crea un ambiente de seguridad y cordialidad; evita las ofensas y las ironías; no deja que la violencia se convierta en el medio para imponer criterios. Del mismo modo en que todos nos creemos con derecho a ser respetados por los demás en nuestro modo de ser, de actuar y de expresarnos, esto exige de nosotros el deber de respetar igualmente a todas las personas tal y como son, con sus defectos y sus virtudes, sin considerarnos superiores a nadie.

A nivel ciudadano, las normas establecen qué debe hacerse, cómo debe hacerse y qué penas se determinan para quienes las infrinjan. Determinan además quiénes mandan, quiénes obedecen y quiénes controlan los desvíos. Es así que el alumno queda supeditado al profesor, el sacerdote al obispo, el soldado al capitán y así podríamos mencionar infinidad de relaciones. Se aplica entonces que, cuando no nos ajustamos a las normas por respeto, caemos en el sentido figurado del mismo y debemos cumplir las normas no ya por respeto sino por temor.

Si esa simple pero a su vez sumamente compleja trama de interrelaciones se altera, la estructura funcional que opera de «esqueleto» de la sociedad se debilita, cede a los embates recibidos y termina por caer, dando lugar a un sinnúmero de nefastas consecuencias.

Los acontecimientos actuales permiten percibir sin lugar a la más mínima duda que estamos viviendo una época en que los embates son continuos y de corte en algunos casos ciertamente violento. Sin ir más lejos y por mencionar algunos, el incidente de la directora del liceo Bauzá enfrentada a sus alumnos con el agravante de la actitud asumida por el director de secretaría del Ministerio de Educación y Cultura, el desconocimiento de las expresiones ciudadanas respecto al tema de la pretensión punitiva del Estado, el absoluto desprecio por la vida humana, propia y ajena, que los delincuentes manifiestan a la hora de cometer sus crímenes, el empleado que por no pertenecer al sindicato se ve imposibilitado de ganarse honradamente el salario que le brinde seguridad a sí mismo y a su entorno, familiar, etcétera, etcétera.

Si las más altas autoridades, cuya misión específica es justamente esa, no toma medidas concretas en un lapso prudencial de tiempo, y a mi modesto entender no queda mucho; si no reaccionamos con prontitud como sociedad para restituir a su sitio cada uno de los estamentos de la sociedad, pronto la palabra «respeto» caerá en desuso hasta que una conmoción infinitamente mayor a la que actualmente estamos viviendo nos devuelva a la senda que nunca debimos abandonar.

 
 
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