Montevideo Slow
Diego Plada
 

El movimiento Slow es una corriente cultural que busca calmar el estrés y la aceleración del mundo moderno. Este mundo que nos muestra una realidad donde el multiempleo es moneda corriente, donde nos apresuramos en ir de un lugar a otro, donde el consumismo nos hace correr detrás de una oferta, y la televisión pauta los horarios de ocio y descanso.
Ante todo esto el movimiento Slow reacciona mediante la exaltación de los valores de disfrutar y saborear la vida. Justamente el nombre sale porque se busca una forma de vida más «lenta», más racional, plena, sostenible y humana. Luchan también contra la globalización y la homogeneización de la sociedad, exaltando la diversidad humana y las culturas locales.

Los seguidores de este movimiento proponen tomarse el tiempo necesario para disfrutar de cotidianeidades como dar un paseo o compartir una comida con otras personas dedicando el tiempo que realmente merecen estas actividades.

El origen del movimiento tiene que ver con la gastronomía. Surge en la década del 80 en Roma, cuando en protesta por la apertura de un McDonald’s en la Piazza di Spagna, nace la organización Slow Food, como reacción a la cultura del fast food, que amenazaba lo que se veía como una americanización de Europa, una amenaza a la tradicional cocina italiana y mediterránea, perdiendo costumbres e identidad.

En la alimentación, a la que se le da mucha importancia, los slows promueven los productos regionales y las comidas tradicionales, con  ingredientes cultivados de forma respetuosa con el medio ambiente. Aconsejan también disfrutar de esas comidas, dándose un tiempo para ello.

Lo que empezó como una reacción a la comida rápida se extendió a todos los ámbitos de la vida como el ocio, la salud, el trabajo (slow work) y la educación (slow schooling).
Incluso el desarrollo del movimiento y el rechazo al urbanismo salvaje llevó a la aparición de las primeras Slow cities (ciudades lentas), principalmente en Europa, Japón y Australia. Son poblaciones pequeñas que buscan un desarrollo sostenible, usando energías renovables, que promueven una forma de vida más sana, relajada y sostenible, menos frenética, más humana y ecológica, más solidaria, defendiendo las tradiciones y la identidad gastronómica.

Para lograr ello se crean zonas peatonales, se eliminan los relojes públicos, se crean parques y se busca fomentar el contacto con la naturaleza, se eliminan las grandes superficies comerciales, se topea la velocidad máxima en veinte kilómetros por hora, se elimina la publicidad, etcétera. Los más radicales piden eliminar los autos de las ciudades, incluso prohibir los relojes.

Uno de los teóricos de esta filosofía que se extiende por el mundo es un periodista escocés llamado Carl Honoré, autor de «Elogio de la lentitud», en el que promueve un ritmo sosegado en las actividades más cotidianas del ser humano, sosteniendo que una vida rápida es una vida superficial. A menudo cita un dicho africano según el cual «todos los hombres blancos tienen reloj, pero nunca tienen tiempo».

En las páginas webs y libros sobre el movimiento se encuentran citas, consejos, manifiestos y recetas. Así encontramos consejos como: buscar un hobby o pasatiempo tranquilo (como la lectura, escritura, pintura o la jardinería); realizar una sola actividad a la vez, no varias al mismo tiempo; no mirar el reloj a cada rato; respetar las horas de sueño; preparar una receta tranquilo y sin hacer otra cosa a la vez, como mirar televisión; comer despacio, masticando bien y disfrutando del sabor de los alimentos; consumir frutas y verduras, y en general todo tipo de productos no industrializados.

En Uruguay la onda Slow todavía no se ha instalado con fuerza. Hay sin embargo algunos pioneros principalmente en el área gastronómica (con algunos bares que salpican la ciudad) y en la moda, con diseñadores como Livni y Escuder, quienes conocieron el movimiento en un viaje por Italia y lo aplicaron al área de la moda, buscando un consumo responsable y prendas de calidad que duren, en contra del consumismo y la «descartabilidad» de la moda moderna.

Quienes también parecen haber adoptado algunos de los postulados Slow son los burócratas y las autoridades de nuestra querida Intendencia de Montevideo. Quizás por ello los funcionarios municipales aplican la actitud pausada, meditada y contemplativa del movimiento y quizás por ello las autoridades municipales se han pasado al extremo de los postulados Slow llegando a la ineficiencia, desidia y mala gestión.

Para muestra basta un botón. Las obras en la Avenida Garzón que se extienden por años con los perjuicios que traen aparejados. Los baches y el pésimo estado de las calles que hace décadas no reciben el mantenimiento ni la inversión suficiente.

Por si esto fuera poco el tránsito citadino recibe otros estímulos de lentitud. Así los carritos que transitan impunemente y a toda hora por toda calle o avenida, o los semáforos que no están sincronizados haciendo todavía más penoso transitar por Montevideo.

Pero el tránsito no es sólo un indicador de la lentitud municipal, la señora intendente se ha preocupado por dejarnos bien en claro que son parte de los Slow más radicales: basta mencionar a la limpieza de Montevideo que luego de promesas y anuncios algún día se irá a solucionar, la poda de los árboles y sus raíces que presentan un atraso de casi diez años, las plazas de deporte que siguen esperando anunciadas y necesarias reformas, los refugios peatonales de las paradas de ómnibus que luego de interminables estudios y licitaciones todavía no avizoran cambios, los zoológicos en mal estado, los cementerios en condiciones lamentables… Y no hace falta mencionar a los municipios y centros comunales que funcionan sin presupuesto ni atribuciones claras.

Tendremos que sentarnos a esperar o resignarnos e ingresar al movimiento Slow del gobierno departamental.

 
 
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