Nota de tapa: Mi vecino de arriba
Liber Trindade
 

Viajar, tal vez una de las experiencias más extraordinarias. Lamentablemente, actividad limitada a una porción de nuestra sociedad, incluso parte de la cual por distintos motivos no hace uso de esa oportunidad, que es ver, sentir, oler, tocar, saborear, disfrutar, pero también comprender cabalmente dónde vivimos, de dónde venimos.

Para esto no es necesario ir muy lejos, tenemos vecinos gigantes para visitar, que nos pueden dar una noción de lo tanto que nos mienten nuestros gobiernos, que nos acostumbran a mostrarnos estadísticas que nos ubican siempre al tope de algún ranking en todo tipo de áreas.

Pero comencemos un pequeño viaje imaginario hacia Brasil, a ver qué tienen para enseñarnos nuestros hermanos mayores...

El gran tema, la limpieza, nos muestra todas sus ciudades impecables, grandes y chicas, turísticas o tierra adentro, todos acostumbrados a reciclar, inclusive en las cadenas de hamburguesas tienen tacho para basura orgánica e inorgánica, veredas y calles están inmaculadas, como si recién las hubiesen barrido. En realidad a la cultura de no tirar basura, hay que sumarle una cantidad importante de funcionarios que recorren con su escobillón y su carrito, barriendo constantemente los espacios públicos, día y noche. A esto se le suma que se ven muy pocos hurgadores, los hay con carritos tirados a mano que prolijamente eligen el material que reciclan.

¿A qué nos lleva esto, en especial a los que pudimos viajar por Argentina, Paraguay, Chile? A que indudablemente quienes vivimos en Montevideo lo hacemos en la ciudad más sucia de la región y por varias cabezas.

Indigencia: podemos apreciar carteles que solicitan denunciar la mendicidad, indican que esto no da futuro, podemos ver alguna persona durmiendo en la calle, pero una cantidad muy inferior a que a simple vista observamos aquí. No se ven limpiavidrios, apenas un par en 2800 kilómetros recorridos, no vi gente pidiendo en los semáforos, ni cuidacoches.

En varios lugares había restaurantes populares, por ejemplo en Curitiba se sacaba un ticket en una ventanilla por un valor de 1 real (pesos uruguayos once con cincuenta), se expedían dos mil tickets y una pantalla iba indicando cuántos quedaban, luego se hacía cola para ingresar al área de mesas —antes era obligatorio lavarse las manos, estando disponibles todos los medios—, luego tomaban una bandera y le servían abundante comida, se notaba que allí comía gente humilde, pero todos muy prolijos.

Seguridad: la Policía Militar está por todos lados, patrulla las plazas, las peatonales, uno ve que imponen presencia, en general uno se siente muy seguro, inclusive caminando tarde. Tampoco nos vamos a regalar a andar en zonas sospechosas, pero en nuestras ciudades, ni siquiera podemos caminar por el Centro, por la rambla, sin que la gente sea robada.
Tránsito: es notorio que hay un control electrónico, la gente circula con su GPS encendido, éste te indica la presencia de cada lomo de burro, la ubicación de cada radar fijo, radar móvil, semáforo con radar, la de cada peaje, lo que representa un excelente sistema de prevención de accidentes.

El GPS constantemente va alertando los distintos elementos en el recorrido, los sistemas electrónicos están a la vista, las pantallas muestran la velocidad a la que pasa cada auto y por supuesto todos frenan, rebajan y pasan por debajo de la velocidad permitida, para no perder los puntos de su libreta y que ésta luego le sea retirada. Lo mismo se le aplica a aquellos que circulan por la banquina.

Lo que genera esto es que el tránsito es muy tranquilo, muy moderado en su velocidad, llama la atención por momentos, a pesar de grandes embotellamientos inclusive de horas, la gente no toca sus bocinas, no circula por las banquinas. En relación a nosotros, circulan muy pocas motos, las que hay son de gran cilindrada.

Pavimento: de Porto Alegre y hasta Curitiba, la ruta es de dos vías en cada sentido, con un pequeño recorrido simple, pero en muy buen estado, con una excelente señalización, muy diferente a tratar de ingresar o salir de Montevideo, donde es muy deficiente la señalización. La ruta tiene protección central para que los vehículos no invadan la otra vía opuesta, pero por tramos también tiene tejidos de protección para que la gente no pase por allí y use los cruces elevados.

Viniendo de Curitiba por la BR 116, por toda la sierra, uno pasa de estar a 1200 metros sobre el nivel del mar a 100 metros en pocas curvas, para luego volver a subir, con tramos muy sinuosos, de destacada belleza, con un pavimento que es una mesa de billar, con control de velocidad también electrónico. Todo el recorrido es muy transitado, a pesar que es de una mano sola en cada sentido y con cientos de camiones, uno siente que viaja muy seguro. En todo momento uno ve cuadrillas de mantenimiento.

Baños públicos: están por todos lados, en las ferias, en las peatonales, en la playa, con funcionarios para su mantenimiento, con un costo de 0,50 reales, los de las estaciones de servicio impecables, con dispensador de jabón, toallas de papel, papel higiénico, basta con recordar algunos de los pocos baños que tenemos para acordarnos de su estado lamentable.

Playas: increíbles, no por lo que la naturaleza les dio y todos los árboles plantados sobre la vereda, sino por todos sus servicios. Por ejemplo, en Camboriú, decenas y decenas de puestos prolijamente instalados que venden de todo, en especial jugos naturales y otras bebidas, agua de coco, choclo con manteca y sal, pequeños triciclos que recorren toda la playa también vendiendo todo esto, los vendedores ambulantes de ropa de plata que inclusive cobran con tarjeta de crédito. Alquiler de sombrillas, sillas, constante salida de barcos piratas, motos acuáticas, etc. 

Sumamente iluminadas en la noche, tan movida como el día, con los vendedores de artesanías por toda la playa, la gente sentada tomando algo, las peatonales que convergen en ellas con miles y miles de personas caminando.

Trato humano, espectacular donde uno vaya, en todo el recorrido, mucha amabilidad, siempre con una sonrisa, uno encuentra mucha gente que labura y se radicó de Argentina, de Uruguay, todos muy cómodos laburando, como por ejemplo Rodolfo Barrios Guerra a quien conocimos en Canasvieiras en Florianópolis, que es el dueño del Apart Hotel Manhattan. Tiene algunas tiendas, partió de Uruguay en 1973, primero rumbo a Argentina, para radicarse definitivamente en Canasvieiras hace quince años. Quiso la casualidad que Rodolfo fuera el hijo de una señora que estuvo a cargo durante mucho tiempo del cuidado de la escuela pública de la calle Ejido entre Yaguarón y Ejido, de la que hablamos en nuestra anterior edición por el tema de los libros, por tanto aprovechamos para regalarle la edición de Al día.

Junto a él trabaja desde hace siete años Hugo Dematey, quien nos contó que vivía también acá en Uruguay en la zona de La Floresta, que tenía su negocio, pero luego de que lo asaltaron siete veces y le pusieron un revólver en la cabeza, decidió vender todo e irse con su familia para Brasil, ahora le cambió la vida.

Transporte público: palabras mayores hablar de este tema en especial en Curitiba. En una de las plazas principales, uno podía ver algo como un perfecto carrusel, donde llegaban cuatro líneas de ómnibus de tres cuerpos, con unos treinta metros de largo, que justamente son los de mayor dimensión en el mundo. Estos frenan frente a unos grandes cilindros vidriados, una vez que se detienen bajan una plataforma, abren sus puertas para que baje y suba el pasaje. Al ingresar a estos cilindros los usuarios pueden pasar su tarjeta por el lector para que gire el molinete de acceso o le pueden pagar el importe del viaje al funcionario que hay en cada uno.

Estos vehículos tienen una frecuencia de siete minutos entre cada uno de la misma línea, la que se reduce a cuatro minutos en horas pico, a partir de las 16 hs., y recorren treinta y nueve paradas de las mismas características. Son de color rojo, pero podemos apreciar que también los hay de dos cuerpos, de color amarillo, y ómnibus sencillos, además de micros, con los que se cubre el resto de la ciudad.

En todos los casos tienen accesibilidad para discapacitados, con plataformas que los elevan.

Uno ve por ejemplo cómo han instalado en la plaza Liber Seregni una serie de aparatos para hacer gimnasia como lo último; para nuestra sorpresa estaban instalados en todos los pueblos de Brasil que visitamos.

En líneas generales estos son algunos de los puntos que me pareció interesante destacar, que en lo personal creo que demuestran que somos un país del tercer mundo, pero esto debido simplemente a la inoperancia de nuestro sistema político, que ni siquiera puede imitar lo que se hace muy bien en la región, que particularmente muestra que nuestro pueblo se ha acostumbrado a vivir entre la mugre, a pasar parte de su vida esperando un ómnibus ante esperas eternas de nuestro sistema de transporte. Creo que son demasiados factores en nuestra contra, para un gobierno que usa el slogan «un país de primera».  

 
 
 
 
 
 
 
 
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