Quizás el «perfecto tiempo de Dios» no ha llegado...*
Leyla Martin
 
Una vez desaparecido el hombre que logró dividir a Venezuela —al menos electoralmente— en dos segmentos (55 % - 45 %), subió al poder quien fuera ungido por él antes de su partida a Cuba, sin retorno, para tratarse la difícil enfermedad que padeció.

Ciertamente, Hugo Chávez designó en una astuta maniobra a quien había sido hasta ese momento su servidor y acompañante más incondicional…

Era obvio imaginar que los seguidores del chavismo «más duro», que recibieron una dura estocada, acatarían la orden sin pataleo, máxime cuando la muerte del supremo líder fue exaltada hasta lo grotesco, en un afán porque su imagen trascendiera el umbral de la muerte y lo elevara a la gloria, pero no la celestial, sino aquella que lo inmortalice en la historia como el cerebro y ejecutor de una nueva política que hechizó a miles y lo mantuvo en el poder durante catorce largos años.

Ese liderazgo carismático, que además tuvo como soporte los caudalosos recursos del Estado para apoyar sus propósitos, embaucó a la continuamente marginada población que en Venezuela suma un porcentaje vergonzoso.

No obstante, si bien es verdad que los recursos materiales siguen a la orden de sus «herederos», lamentablemente para ellos en menor cuantía por la terrible situación económica que vive el país y que amenaza con profundizarse, también lo es que el liderazgo no es transferible.

Durante los primeros días de Gobierno de Nicolás Maduro (encargado y juramentado) se han producido dos devaluaciones; el bolívar «fuerte» ha perdido 46,5 % de su poder adquisitivo y la inflación acumulada durante los catorce años de Chávez es de 933 %. Nueve millones de venezolanos están en situación de pobreza, y de ellos, en la Venezuela revolucionaria, 3 millones no alcanzan a cenar.

De cada 100 dólares que entran al país, 94 provienen de la exportación del petróleo, cuya producción ha descendido. La agricultura, la ganadería y otros ámbitos de la industria en general están paralizados, dependiendo de las importaciones hasta en los rubros de los cuales fuera exportador. La quiebra de las empresas expropiadas y tierras improductivas que fueron arrebatadas a sus dueños es una realidad.

La crisis del sector eléctrico se ha agudizado, causando pérdidas cuantiosas a la ciudadanía y a la poca empresa que aún subsiste.

Otros flagelos se suman, como la inseguridad, la escasez, el desabastecimiento, el hacinamiento y el conflicto en el sector carcelario, así como en el educativo por el déficit de docentes, las deudas con el personal y la precaria calidad educativa por insuficiencia de profesorado, que busca distintos horizontes mejor remunerados.
La mayor corrupción, descomposición institucional y social vista en toda nuestra historia se torna ahora más evidente y aquellos que estuvieron contenidos en sus desafueros por el estratega militar y político nato no tienen la misma estirpe y enarbolan su intolerancia y vocación antidemocrática.

Nicolás Maduro llega al poder por el empuje de un sector de la población venezolana, que en su arraigada devoción, convertida en fanatismo, se presta al juego. Un juego que algún día sabremos en detalle cómo fue tramado, pero que mientras tanto puede intuirse.

Como ya hemos mencionado, el liderazgo no se hereda. El carisma de Chávez es intransferible y a Maduro no solo no puede traspasársele, sino que su falta de preparación académica y su particular insulsez le dificultan más todavía el camino. No goza de la popularidad, de la fibra política, de la experiencia y muchísimo menos de la «gracia» que lo conecte efectivamente con la masa acéfala, que otrora siguió al máximo dirigente, y la forma como se ha desenvuelto y se ha expresado ha comenzado a producir reacciones internacionalmente.

Los errores que a diario comete el Sr. Nicolás Maduro, en su corto tiempo de mandato, van mermando a pasos agigantados el precario brillo de la corona que a la sombra del fallecido ostenta.

Por otra parte, la subordinación de los poderes del Estado al servicio de un partido político colocan en tela de juicio y deslegitiman la transparencia de un proceso electoral cargado de vicios, irregularidades, coacción, con una juramentación apresurada, que acentúan la división que había dejado el exmandatario, en dos segmentos de la sociedad proporcionalmente idénticos actualmente, que hacen muy difícil la gobernabilidad. 

El Consejo Nacional Electoral está integrado por cinco rectores, de los cuales un caballero (Vicente Díaz) se aproxima a la oposición y cuatro damas se adhieren, sin tapujos ni pudor alguno, al PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela), al que pertenecen tanto Maduro como su progenitor político.

El Tribunal Supremo de Justicia, encabezado por la Dra. Luisa Estela Morales, ha bailado al ritmo que entona el régimen y se pavonea en actos oficiales y públicos y «sociales» junto al presidente juramentado.

La Fuerza Armada Nacional, en la voz de sus más altos representantes, se declara socialista.

Nicolás Maduro, negado al diálogo y propinando insultos a todos aquellos personeros que desde el exterior se han ofrecido para mediar en la delicada situación que vive el país; el veto bochornoso y violento al derecho de palabra de los diputados de la Asamblea Nacional, electos democráticamente, su destitución al frente de comisiones en el parlamento, con la suspensión incluso de remuneración a algunos de ellos; y otras «ilógicas» reacciones de los altos dirigentes que lo cortejan ofrecen claras muestras de que su ascensión no se ha realizado dentro de los marcos reglamentarios.
Esta situación, que evalúa el país entero y países tanto del hemisferio como de otras latitudes, para nada ayudan a su gestión, que era ya, sin esos agravantes, bastante cuesta arriba. Así pues, la duda sobre la legalidad de su mandato traspasa las fronteras venezolanas.

Si bien una parte sustancial del chavismo inclinó la balanza a favor del candidato contrincante Henrique Capriles (cerca de 800 000 votos), todavía el odio y resentimiento producto de los discursos del difunto presidente (atizado por Nicolás Maduro) hacen lo suyo entre quienes siguen su orden: apoyar a su protegido, y que muy bien han sabido explotar desde sus filas.

Un gran segmento de los ciudadanos, siempre en contra del Gobierno, manifestó su apoyo a la oposición en las elecciones presidenciales del 7/10/2012 y buena parte de los seguidores del oficialismo pasaron a las filas opositoras para la elección del 7/4/2013, por la falta de credibilidad en el candidato designado, por la decepción ante tantas proposiciones que quedaron en meras promesas del salvador que les dijo que les proporcionaría la forma de cambiar su destino por uno mejor y por muchos otros errores, elevando significativamente los resultados en votos para Henrique Capriles.

Quienes aún se mantienen del lado oficial, más temprano que tarde, reaccionarán ante el arduo panorama que se vaticina. Lo harán con todas las armas ideológicas que les deja su militancia. 

Se avecinan tiempos convulsionados, de férrea lucha, lejos de la paz tan ansiada por la generalidad de los pobladores. El país sigue paralizado y todos en él. Puede intuirse el desplome del Socialismo del Siglo XXI, un episodio que tuvo un gran líder, pero que fenece, que es arrastrado hacia la muerte como su fundador. Hubiese sido excesivamente severo para quien le sucediera enfrentar la crisis política, social, económica, que vive Venezuela. Todas las consecuencias se le hubieren atribuido a un presidente antagónico al actual Gobierno. Llegará el perfecto tiempo de Dios en el cual la implosión será inevitable. Se derrumbará internamente un Gobierno erigido con la ilusión de los desamparados y sostenido con la mentira… La farsa llegará a su fin; ¡falta poco! ||

 
* La autora hace referencia a la frase que pronunciara el candidato opositor Henrique Capriles al reconocer su derrota en las elecciones presidenciales del 7 de octubre de 2012 (N. del E.)
 
 
 
 
 
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