Ludopatía (II) |
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Recuerdo que hace un par de años un funcionario, hombre de obra, de unos cuarenta y cinco años, me llama un sábado para pedirme si le daba un adelanto. Era raro porque había cobrado el día anterior. Me explicó que había ido al casino luego del trabajo y que había perdido todo su sueldo apostando; esposa, hijas chicas, cuentas, nada lo hizo reflexionar, porque no era la primera vez que le pasaba. El año pasado me tocó conversar con un chico de veintidós años que estaba alejado de la actividad por la cual lo conocía. El motivo había sido que se había metido también con el tema del juego y había perdido mucha plata. Cuánto es mucha plata para perder jugando, se puede uno preguntar. Cuando me responde más de 25.000 dólares quedé impactado, pero mucho más impactado con todo su relato de cómo había comenzado todo esto y cómo se había desarrollado. Me dijo «comencé a ir al casino de tarde, allí conocés todo tipo de gente, ves a muchos políticos apostando». (Me habló de otro chico, le dije «pero es menor»; su contestación fue «allí entra cualquiera, no te piden documentos»). Pero ¿cómo llega a perder tanta plata? ¿De dónde la saca? Según él se obtiene allí mismo en el casino, allí te presentan a los prestamistas, los mismos que terminan poniéndote un revólver en la cabeza para que pagues lo que les debés, un círculo vicioso de mentiras, de conseguir cheques y hacer la calesita. Aquí es cuando entra en juego la familia, que ve cómo corre peligro la vida de su hijo, y comienza a dar vuelta cielo y tierra para conseguir la plata antes de que le peguen un tiro, por tanto apela a vender todo y endeudarse. Luego de pagar la familia cree que todo este calvario se terminó, envía al hijo a rehabilitación al Hospital de Clínicas, donde poco hacen y el tiempo pasa, pero el problema está latente. En el verano, un familiar queda sin trabajo. Le pagan una importante cifra de despido y en un descuido este chico se hace de la plata y la pierde toda en una nueva incursión en el casino. La familia busca agudizar el control y ya no le dejan salir solo a ningún lado, apenas al almacén, pero en alguna de esas salidas, de short y ojotas, el chico se escapaba para el casino y en este estado le permitían ingresar. El chico había comenzado con un emprendimiento personal, compraba y vendía artefactos, nuevamente entró en la calesita de los cheques —estaría bueno saber cómo un banco le emite chequeras con el perfil que tiene—, lo cierto es que nuevamente pierde todo y otra vez tiene un revólver en la cabeza. Aquí otra vez la familia a correr para conseguir el efectivo, ante todo tipo de amenazas. No las denuncian, como deben haber otros cientos de casos que no lo hacen, porque toda la situación es turbia. Entrevistando a la familia, me manifestaba que quería que el chico comenzara a trabajar. A esto uno le decía que no era un tema fácil, no en todos lados podría trabajar, porque uno entiende que debería estar controlado y la empresa informada de su perfil. Es un riesgo, por ejemplo, el área administrativa, por el contacto con efectivo, que el chico manifestaba que era su tentación, los billetes grandes. Allí fue que le comenté a la familia que tal vez sería bueno un trabajo de obra, aunque fuera haciendo zanjas para quemar energía y estar ocupado. La respuesta de su tía fue «de ninguna manera, mi sobrino no va a ir a hacer zanjas», terminando abruptamente la nota, lo que demuestra que la enfermedad afecta a toda la familia, porque para ellos parece que hacer zanjas no es digno, perdiendo la referencia porque están en ese problema. En el verano estuvo la noticia de que en Maldonado dos adolescentes habían asaltado a un hombre al que le sustrajeron 50.000 dólares en fichas del casino. Resultó que era prestamista de un casino, la noticia se centró en la falta de los menores, pero no hubo comentarios sobre el prestamista, actividad que no debería estar permitida, porque en general estos aprovechan este tipo de enfermedades para hacer su negocio. |
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