El milagro celeste
Carlos Bardakian
 

Cuando seis años atrás el Dr. Daniel Pastorini como integrante del Consejo Ejecutivo propició el retorno del Maestro Óscar Tabárez a la conducción técnica de la selección uruguaya, nadie podía imaginar que cuatro años después el combinado celeste lograría el cuarto puesto en la Copa del Mundo de Sudáfrica 2010. Pero lo más importante, además de la distinción propiamente conseguida, es la recuperación del prestigio perdido. Reconocimiento que hoy abre puertas que antes estaban herméticamente cerradas.
Tal vez pocos sepan o recuerden que la dirigencia de nuestro fútbol antes del Mundial ya había decidido perversamente interrumpir el ciclo del Maestro, solo esperaban el pronto retorno de Sudáfrica para nombrar su sucesor. La causalidad pudo más que la injusticia, y hoy Tabárez continúa al frente de la selección uruguaya.

Luego de que la selección devorara varios entrenadores, desde Juan Auntchain, pasando por el argentino Daniel Passarella, siguiendo con Víctor Púa, continuando con Juan Ramón Carrasco y  hasta Jorge Fossati, alguien se iluminó para impulsar el regreso de un profesional que, en la búsqueda de futbolistas que reunieran un perfil apropiado para vestir la blusa de color cielo, empezó primero y antes que nada por extirpar los vicios que históricamente afectaron al seleccionado, con grupos quebrados que no interpusieron sus intereses individuales para desvalorizar a nuestra selección. Con la asunción de Tabárez, los jugadores elegidos respetaron antes que nada la figura del entrenador, entendiendo que el éxito solo se consigue cuando un grupo se conduce con respeto y disciplina, única forma para que el talento individual redunde en el destaque colectivo. El Maestro logró que el jugador se convenciera de que este era el procedimiento para volver a los primeros planos. Es justo señalar que Uruguay contó con la bendición de encontrar en el mismo tiempo tres delanteros de clase A, que marcan la diferencia con el resto desde su calidad y personalidad para no fallar en momentos críticos. Cuando pasen los años comprobaremos que nunca más volveremos a disfrutar de un equipo con Forlán, Suárez y Cavani juntos. Los goles, los récords, las distinciones y el juego en su esencia más pura exaltan la jerarquía de estos futbolistas.

Pero esta realidad de la selección que nos alegra y enorgullece se contrapone cruelmente con un fútbol doméstico empobrecido en todos los aspectos. La mayoría de los clubes no pueden cubrir su presupuesto mensual, pobres recaudaciones por la escasa concurrencia del público en escenarios deportivos que se quedaron en el tiempo,  estadios que no reúnen condiciones adecuadas para el fútbol profesional, ingresos por derechos de televisación negociados en medio de la necesidad, integran un panorama con un futuro desalentador. Todos los clubes esperan que surjan juveniles para transferirlos y encontrar el oxígeno a una situación asfixiante, con empresarios y contratistas que negocian jóvenes y hasta niños a clubes europeos que poco o nada le dejan a los sudamericanos. Solo aquellos clubes que cumplan una política institucional seria para el tratamiento económico-financiero podrán sostenerse con el correr de los años, sin vender —como decía el Jefe de los Orientales— el rico patrimonio al bajo precio de la necesidad.

Como si este escenario no bastara para cuestionar el futuro clubista, los espectáculos futbolísticos que presenta el campeonato uruguayo dejan mucho que desear, y son una minoría los equipos que intentan un juego atractivo y vertical, y muchas veces esperamos el clásico entre Nacional y Peñarol para encender la llama pasional del hincha, en el que se piensa muy poco como cliente fiel de este fútbol depreciado.

Esta realidad de entre casa tan cruda como indisimulable obliga a preservar en una isla a la selección uruguaya, esa que contagió al pueblo y demostró a la juventud uruguaya que con esfuerzo, unión y dedicación las cosas se pueden lograr. En los últimos tiempos donde los valores de la sociedad se han devaluado, donde la falta de compromiso mutuo es algo frecuente, apareció este grupo de profesionales, como agua en el desierto, para dar un ejemplo de conducta colectiva e individual y hacernos sentir que la celeste es de todos. Por eso creemos que en este contexto el presente de ensueño que vive la querida celeste es todo un milagro.

 
 
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