Después del Cine Plaza
Fernando Pazos Rosado
 

Mucho se ha hablado en estos días sobre la situación generada en torno a la venta del complejo Cine Teatro Plaza a una iglesia evangélica de matriz brasilera.

Mucho nos han dado para pensar las más de 6.000 firmas virtuales que se juntaron por iniciativa del sociólogo Gustavo Leal pidiendo a la Intendencia de Montevideo y al Ministerio de Educación y Cultura la expropiación de la citada sala, con el objetivo de que esta mantenga su destino original, albergar espectáculos musicales y culturales, tal cual ha sucedido desde su fundación.

Pero acá la pregunta es: ¿qué es lo que realmente preocupa a nuestras autoridades y a los montevideanos? ¿La pérdida de otra sala en el Centro o que la misma sea vendida a una iglesia?

La disyuntiva parecería ser que es la pérdida de otra sala de espectáculos, en este caso una ubicada en el centro comercial de nuestra urbe, una realidad que de hecho ha tenido una reiteración real en los últimos veinticinco años.

Yo, sin mucho pensar me acuerdo ahora de varias de ellas, del Trocadero y el Ambassador, también en el Centro, o viniendo más hacia los barrios, el querido cine Flores en la Avenida que lleva su nombre y que hoy alberga a un comercio mayorista, por simplemente recordar algunos.

Como contracara de esta situación, si nos ponemos a ver y rascamos en nuestra memoria, nos vamos a encontrar con que en los mismos veinticinco años, a la pérdida de más de una decena de salas cinematográficas, cines y de espectáculos, solamente le podemos contrastar seis salas cerradas, cuatro obras públicas (la reapertura del Teatro Solís que estuvo más de quince años cerrado, la sala Zitarrosa y el teatro Florencio Sánchez del Cerro en la órbita departamental y la finalización del Auditorio Adela Reta del Sodre en lo nacional) y dos privadas que han podido rescatar de estos lugares, entre tantos que se han perdido.

En lo privado es donde se ha perdido sin dudas la mayor cantidad de salas y es ahí donde solo se han podido concebir dos salas nuevas, dos claros ejemplos que demuestran la veracidad de la fábula del hijo y el entenado.

Nos referimos a la sala de La Trastienda en la Av. Daniel Fernández Crespo, cerca de nuestra principal avenida y rodeada de gestiones y ponderaciones por la cercanía del hijo de un senador de la República. Sala que cumple el papel de hijo pródigo. Y por otro lado el cine Grand Prix del Cerrito de la Victoria, donde su propietario ha tenido innumerables trabas burocráticas que hacen que aún hoy, a más de dos años de su reapertura, siga teniendo permisos provisorios. Aquí como no hubo hijo de ningún legislador que se acercara a dar una mano, la familia propietaria ha dejado vida y lágrimas para abrirla y hoy sigue luchando por intentar mantenerla. Es el claro ejemplo del entenado.

Pero no es a los hijos y entenados que nos queremos referir, una realidad que golpea a la vista sin dudas, sino a la falta de una política seria de impulso a este tipo de centros culturales, que además de ser cerrados y comprados por iglesias, como pasó con el Trocadero, el Ambassador o ahora el Plaza, no tienen apoyo ninguno, ni políticas de promoción, como tampoco lo tienen los artistas nacionales.

Las salas de espectáculos en Montevideo son pocas, en lo privado de unas veinte salas entre cines y teatros no deben ser más de cinco o siete las que tienen la apertura y el formato para recibir a la más variada gama de eventos. En lo público son menos, los auditorios del Sodre (Adela Reta y Nelly Goitiño), los tres centros municipales (Solís, Zitarrosa y Florencio Sánchez) y el Cabildo de Montevideo. Esto demuestra lo difícil de encontrar salas con capacidades promedio, donde nuestros artistas puedan exponer su arte y brindar su música, haciendo necesario que el artista deba pagar costos exorbitantes o recurrir al amiguismo político para obtener el uso de una de las salas.

Sin mencionar que de todas estas, a excepción del Teatro Florencio Sánchez y el Cine Gran Prix, ninguna está en los barrios de Montevideo, que es a nuestro humilde entender hacia donde deberíamos apuntar nuestras energías, para que vuelvan a resurgir este tipo de salas. Apuntando a nuevos formatos, de centros culturales multimodales, donde podamos ver además del cine y el teatro, espectáculos musicales, y diversas exposiciones de pintura, fotografía, escultura, etcétera.

Sabemos que es imposible que lo que no se hizo para preservar las salas ya no existentes se haga ahora para que vuelvan a existir en poco tiempo, máxime cuando los espacios físicos ya han sido en su mayoría demolidos para la creación de nuevos edificios.

Pero deberemos buscar soluciones ingeniosas y alternativas para que a través de las ONG o de los actores privados vuelvan a resurgir estas salas que tanto impulso dieron y darán a la cultura y el artista nacional.

Debemos apostar a lo cultural, mirando desde del centro y la costa de la ciudad hacia los barrios. Abrir las puertas que sean necesarias para que un sinfín de artistas no poseedores de grandes capitales y no alineados a amiguismos puedan tener también lugares desde donde mostrar su música, sus pinturas, su actuación, en fin, un lugar donde puedan mostrar sus cualidades y su calidad artísticas.

No debemos ponernos a pensar si no es necesario que hagamos algo; debemos empezar por generar el debate y estudiar tal vez cuáles de esos viejos locales estatales, hoy inutilizados, pueden ser utilizables para estos fines o cuáles de aquellos predios abandonados (viejos bancos quebrados, antiguas cooperativas médicas o mutualistas y empresas que han fundido e ido desapareciendo) puedan ser expropiables para este fin nada despreciable que es el de dar más centros de encuentro para nuestra cultura y nuestros artistas. 

 
 
 
 
 
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