Ese gran desconocido |
Soledad de Franco |
El acoso moral en el trabajo. |
El 2005 finalizaba y en ese entonces prestaba mis servicios profesionales en forma dependiente. Un día que no olvidaré me asignaron el estudio y seguimiento de un caso. «Uno más», pensé, otro acto administrativo a ser impugnado. En ese entonces desconocía que una nueva etapa de mi carrera estaba por comenzar, gracias a la historia de Valentina. Funcionaria estatal ella, con una larga trayectoria profesional en su haber compuesta de un constante perfeccionamiento y caracterizada por su abnegada labor. Hasta ese momento su desempeño había sido calificado en los guarismos máximos de la escala. Veinte años plasmados en una intachable foja de servicios la precedían, aquella mañana en que —días más tarde— la conocí. Su vestir era elegante y sobrio, sus modos suaves y todo en ella trasuntaba pulcritud. Sin dudas su presencia contrastaba fuertemente con lo que había leído acerca de ella en las calificaciones que daban origen a sus recursos. En determinado momento pensé que estaba tratando con una mujer diferente y por completo ajena a la que días antes había conocido tras el cristal de un expediente. El acto fue confirmado en todos sus términos, mientras Valentina languidecía: su presión arterial estaba fuera de control y había perdido nueve kilos en medio año. Fue sometida a tratamiento psiquiátrico con antidepresivos y ansiolíticos. Había sido trasladada a un lugar lúgubre y se le habían quitado todas las tareas, al punto de llegar un día a su lugar de trabajo y encontrar que ya no tenía silla donde sentarse. La inconsistencia argumental del Estado por un lado, y el deterioro mental y físico de Valentina, confirmaban una realidad incomprensible para mí en ese entonces. Años han pasado ya desde mi primer contacto con el fenómeno del acoso, años en los que con gran pesar fui conociendo Valentinos y Valentinas. Hombres y mujeres capaces, inteligentes, eficientes, amables, agradables, solventes profesionales, excepcionales como común denominador. Mujeres y hombres que sufren el asedio de parte de sus jefes, compañeros de labor e incluso de algún subordinado. Sujetos de derecho, que merecen un trato respetuoso y digno por el mero hecho de ser humanos. Pues, sí, ellos también tienen derecho a que sus «derechos humanos» sean respetados. A todos ellos dedico mi humilde aporte, con el deseo de sumar fuerzas en el combate contra esta epidemia antiética, llamada acoso moral laboral. En las próximas entregas nos introduciremos en la definición y particularidades del acoso laboral, fenómeno poco conocido pero de alto impacto a nivel personal, familiar, empresarial y social.
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