Editorial Agosto 2012: Los zapatos del Pepe
Liber Trindade
 

Siempre insisto en la importancia de los ejemplos que nos dieron nuestros padres. Cada detalle nos acompaña el resto de la vida, aunque a veces parecieran cosas insignificantes, como mantener prolijo nuestro cabello, cortarnos las uñas, planchar con paciencia nuestras camisas, hacer la raya de nuestros pantalones y lustrar nuestros zapatos. Una cantidad de acciones que eran sumamente importantes, en especial en una entrevista de trabajo, las cuales te abren puertas, y te permiten marcar una diferencia para acceder a esas tan difíciles primeras oportunidades laborales, por eso todo esto ha sido mi guía desde que comencé a trabajar a los trece años. Cuanto más desfavorable nuestro entorno, menos son las oportunidades que se nos presentarán, por lo que se hace vital aprovecharlas al máximo y el secreto radica en estar preparados.

Pero bien, en especial comenzando desde arriba se han encargado de dinamitar todos estos puentes hacia las oportunidades, la vulgaridad ha pasado a ser la forma de expresarse, la falta de respeto por todo aquello que estoy seguro de que es lo correcto, con lo que predico en la vida cada día.

Acá tal vez influye la disciplina con la que nos criamos, cuando íbamos al liceo todos de uniforme, comprado por nuestros padres con mucho sacrificio en marzo, pero que cuidábamos todo el año y hacía iguales a todos los alumnos, achicaba la brecha social que pudiera haber entre los compañeros. Pero en el año 1986, cuando cursaba cuarto año en el Liceo 5, llegó la orden de que ya no era obligatorio su uso y muchos festejaron el comienzo de la desigualdad, para oír hace pocos días las declaraciones de la senadora y primera dama Lucía Topolansky, que se levantó iluminada, se dio cuenta de que había que volver al uniforme y decidió impulsar nuevamente su uso, porque con ellos se pueden identificar a los alumnos y es más fácil que no entren jóvenes ajenos a los centros de estudios. Bueno, veamos el vaso medio lleno, después de veintiséis años ve un error que se cometió.

No se puede acostumbrar a los gurises a ir contra las normas de la sociedad, vivir en ella implica códigos, reglas que se deben cumplir. Lo mismo ocurre cuando se ingresa a trabajar a una empresa, no es hago lo que se me canta y si no te gusta te la ocupo.
En el Gobierno pasa lo mismo y un cargo de presidente no es la excepción, hay formas que se deben respetar, existe un protocolo que marca la forma en que nos debemos presentar tanto a nivel nacional como internacional e inclusive existen los asesores de protocolo a los que se debe oír, porque el presidente por encima de todo es la cara visible que nos representa en el mundo entero.

Ahora, ¿qué pasa cuando un presidente no quiere oír o juega al hombre austero? Allí el país entero pasa vergüenza, cuando su presidente se presenta en una cumbre internacional y lo vemos con unos zapatos viejos porque se olvidó de dejarlos en la chacra. No se puede juntar con un grupo de amigotes y preguntarles qué me pongo, porque en este nivel también se necesitan asesores a los que se debe escuchar, si no pasa como con el ministro de Relaciones Exteriores, asesora en algo al Presidente y este entra a la reunión para luego hacer justo lo contrario, suspender a Paraguay y votar el ingreso de Venezuela al Mercosur.

Tal vez aquí es uno de los pocos ejemplos donde se puede aplicar la forma de ver las cosas del ex presidente Tabaré Vázquez, que dice que no siempre las mayorías tienen la razón. Hoy nuestro pueblo está muy alejado de nuestras mejores costumbres. Para poder comenzar a retomar el camino que merecemos, hay que volver a la educación, a la disciplina, al protocolo, todo a su respectivo nivel, pero lo que hoy está viviendo la mayoría de nuestra sociedad representa un error, por haber seguido el mal estereotipo al que se la ha inducido.

 
 
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