Por qué ser anarcocapitalista |
Ed Vaghi |
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No obtener ningún «beneficio» del Gobierno es algo que debería permitirse. |
… Cuenta la leyenda que hubo una época en que los ladrones, hartos de sufrir las consecuencias derivadas de sus actos delictivos, inventaron el Estado para seguir robando sin ir a prisión ni morir en la horca. Lo primero que hicieron fue cambiarse el nombre y en lugar de ladrones, empezaron a llamarse políticos… Murray Rothbard es economista y vicepresidente académico del Instituto Ludwig Von Mises, instituto dedicado a los ideales del libre mercado y dinero respaldo (patrón oro). Se convirtió en el defensor más elocuente e importante de los escritos económicos e ideas de Mises, extendiendo su análisis especialmente en los campos de la teoría del monopolio y la teoría acerca de las intervenciones (gubernamentales) violentas en el mercado. Entre sus libros está El Hombre, la Economía y el Estado, que aunque empezado con la intención de convertirse en un libro de texto sobre «La Acción Humana», sobrepasó con mucho ese primer objetivo convirtiéndose en un gran tratado. El libro Hacia una Nueva Libertad: El Manifiesto Libertario, publicado en 1973, fue el primer manifiesto libertario moderno y ha sido en gran parte responsable del surgimiento del movimiento libertario moderno. En 1982, fue publicado La Ética y la Libertad, que extendió el análisis de Rothbard aún más. Su último libro, ya agotada su segunda edición y que se ha convertido en un clásico oculto, El Misterio de la Banca, es mucho más peligroso para el «establishment», porque descubre el pastel de su monopolio de la gestión del dinero y revela quién se beneficia «primero» de sus viles prácticas de «imprimir dinero directamente de la nada» (es decir, el Gobierno y sus amigos) y quién paga esta prestación (es decir, todos los demás), y en el cual explica perfectamente cómo funciona el monstruo de la Reserva Federal. Es el plato principal en nuestra búsqueda por entender cómo se produjo la crisis financiera global actual. Rothbard fue un libertario y anarcocapitalista tan radical como prolífico, extendiendo su trabajo más allá de la economía. Durante su vida escribió libros e innumerables artículos tanto de economía, dinero y banca como de multitud de temas que incluirían los de ética, libertad, historia general, historia del pensamiento económico y política. Comparten la filosofía de este Instituto (escuela austríaca) personalidades como el actual representante de Texas, Ron Paul, Thomas Jefferson, Andrew Jackson y entre otros el prestigioso economista Peter Schiff. Si sustraer el 100 % de los ingresos al trabajador es un robo, ¿a qué tanto por ciento deja de serlo? Cuando el empresario sustrae del trabajador un 10 % de descuento en forma de interés a cambio de los bienes del capital que este adelanta, el socialismo dice que es un «robo», pero cuando el Estado te quita el 50 % de los ingresos, se le llama «impuestos». Que el Estado esté legitimado a sustraer de forma involuntaria, pero el empresario no tenga derecho a hacerlo de forma voluntaria, es algo que el socialismo no tiene bien explicado, si lo segundo está mal, lo primero también lo debería estar y con más razón. «La diferencia entre el capitalismo del libre mercado y el capitalismo de Estado es precisamente la diferencia entre por una parte, la paz, el intercambio voluntario y por otra parte la extorsión violenta». Murray Rothbard. «Lo único que la inflación puede hacer es ayudar a los Gobiernos a gastar. Las economías estarían mucho mejor sin la distorsión de una política inflacionaria. De hecho, la inflación puede resultar económicamente más dañina que el gravamen de impuestos. Al ocultar la conexión entre un gasto público más alto y un poder adquisitivo reducido, es menos probable que el público se oponga a la expansión del Gobierno. Y en esto yace la verdad. La inflación no se necesita para hacer crecer a las economías, sino para hacer crecer a los Gobiernos». Peter Schiff. El Estado no es solo una molestia y algo que hace la vida económica menos productiva y menos eficiente de lo que debería ser si no fuera por las intervenciones del mismo, sino que el Estado supone un peligro mortal para toda la humanidad. Esta es la razón justamente para ser un antiestatista. Mucha gente cree que una sociedad sin Estado caerá necesaria e inmediatamente en un violento desorden. Anarquía es una palabra que procede del griego y que significa «sin gobierno». Anarquía y caos son usados frecuentemente como sinónimos. De las cuatro definiciones que se encuentran en el diccionario Random House hay una y quizás la más oportuna que describe la anarquía como una teoría que postula la total ausencia de Gobierno directo y coercitivo como un ideal político y que propone la asociación cooperativa y voluntaria de los individuos y grupos como una forma principal de organizar a la sociedad. «Muchos piensan que la vida sin el estado de bienestar sería un caos. En su cabeza, nadie ayudaría a los más desafortunados y habría disturbios en las calles. Saben poco de que la gente encontraba formas innovadoras de apoyarse entre sí antes de que existiera el estado de bienestar. Una de las formas más importantes era la sociedad de socorros mutuos». Joshua Fulton. Los investigadores han aportado ejemplos históricos de grandes sociedades sin Estado que van desde la antigua civilización «harappan» del valle del Indo que se remonta al año 3300 AC y que existió 2000 años, o sea hasta 1300 AC. Una sociedad que floreció durante casi dos milenios y que alcanzó un alto desarrollo durante la mayor parte de ese período. Ejemplos que van desde Harappa a Somalia durante las últimas dos décadas y dada la enorme cantidad de literatura que se ha ido acumulando sobre las sociedades sin Estado, en teoría y en realidad, podemos concluir que por lo menos esas sociedades son concebibles. Para consultar un largo compendio acerca de esta literatura se encuentra el libro publicado por Ed Stringham en 2007. Sería ilógico argumentar que con eliminar al Estado tendríamos el paraíso en la Tierra, esa no es la naturaleza del ser humano. Siempre existirían individuos que se vean inclinados a realizar acciones criminales y a agredir a sus semejantes por lo que de alguna manera se debe lidiar con eso. Pero eso no necesariamente quiere decir que por tal motivo es necesario el Estado, de hecho una sociedad que dispone de un Estado es peor, porque primero la gente más malvada de la sociedad tendería a tomar el control del Estado y segundo, en virtud de este control sobre los poderosos mecanismos estatales de muerte y destrucción causarían males mucho peores de los que nunca habrían podido causar sin Estado. Es una desgracia que algunos individuos cometan crímenes, pero es mucho peor cuando esos individuos de inclinación criminal detentan los poderes del Estado. Esa arraigada creencia puede lograr que «buenos y malos» lleguen a tolerar e incluso a hacer cosas que no harían. Cosas que sí, son «malas» y que de otro modo no las harían. La creencia en el Estado es comparable a la fe ciega en la religión. La prueba de ello está en cómo la gente responde. Los «dioses» escriben en un papel la legislatura y todos los creyentes la aceptan porque es la «ley». Eso sería lo más difícil de lograr, el paso más difícil de dar, que alguien abandone la fe ciega en el Estado para analizar las cosas, que logre recapacitar para dudar que «tal vez» el gobierno no sea legítimo. Y que logre reflexionar acerca de esas ideas de que los privilegios de los gobernantes no son derechos. Que esos escritos amenazantes no son la «Ley», son simplemente amenazas. Y que esos impuestos no son «contribuciones» sino extorsión. «¡Libertad en lugar de la democracia!». Hans Hermann Hoppe. Quizás lo más loco de todo sería escuchar que todos somos el gobierno, eso es algo que se escucha a menudo y en todo lugar, pero… ¿Todos lo somos? ¿De verdad no se ha notado que hay un grupo de gente que establece amenazas a las que llaman «leyes», y establecen exigencias de dinero a las que llaman «impuestos» y que si desobedecen les envían gente con armas a lastimarlos? ¿Acaso hay quien no sea capaz de diferenciar entre ellos y nosotros? La filosofía de la libertad se basa en el principio de la propiedad de uno mismo, negar esto implicaría que otra persona tiene más derechos que el de uno mismo. «El gobierno de por sí es el problema. Lo que hay que eliminar es la institución misma, no algunos hombres inadecuados que a veces detentan el poder o algunas leyes perjudiciales que alteran su rumbo. El gobierno no es, como piensa la mayoría, lo que impide que los seres humanos retornen a la jungla, sino lo que impide su avance hacia las estrellas. La “anarquía” se ve como equivalente del “caos” y el “peligro”, mientras que el “gobierno” equivale al “orden” y la “paz”; lo cierto es exactamente lo opuesto». Doug Casey. La amenaza de guerra, sentida en primeras carnes por la mayoría de la población, incita la demanda por armas, lo que a su vez repercute en su precio pujándolo al alza. Son los tipos de interés y el nivel general de los precios lo que determina en qué se habrá de invertir, qué tipo de inversiones habrán de tener éxito y cuáles no. Esta subida general de los precios tendrá lugar tanto si el que puja por estas armas es un Estado o la sociedad civil en su conjunto. Si hoy decimos que la financiación del ejército ha entrado en periodo de burbuja es porque se sigue invirtiendo en este sector al margen de los peligros sentidos (reales o no) por parte de la población civil. Esto quiere decir que existe una descoordinación entre las demandas del ciudadano, que al no ver como inminente la necesidad de armarse por causa de una posible agresión exterior, puja a la baja el precio de estos productos, y las demandas del Estado, por otro lado, que siempre es consciente de este u otro peligro y puja al alza el nivel general de los precios en este sector de la industria. La tendencia general de toda sociedad civil es por la paz y el comercio cuando la amenaza de ataque inminente se halla ausente, mientras que lo propio del Estado es instigar a la población civil y promover activamente los trabajos de la guerra. Esto produce una descoordinación general entre los esfuerzos de la sociedad civil y la actividad de gobierno en general que se esfuerza en prolongar el esfuerzo de guerra invirtiendo si cabe aún más en ello, «derrochando el dinero del contribuyente». En un sistema civil de ley privada no hay nada peor que empeñarse en querer tener razón a toda costa, pues al depender el ejército en este contexto de la financiación civil y privada, ese que inicie la violencia incurrirá en gastos adicionales por las costas procesales y demás sistemas de primas de riesgo. Y ello, por cada día, mes y año que el desarrollo de las hostilidades se siga manteniendo en curso, de tal forma que, cuanto más largo sea este así también serán las cargas. «No es una coincidencia que el siglo de la guerra total coincida con el siglo de la Banca de la Reserva Federal». Ron Paul. No es sorprendente que los gobiernos sean el origen de una guerra, cuando uno considera la naturaleza del gobierno. Un gobierno es un monopolio coercitivo, una institución que debe iniciar la fuerza contra sus propios ciudadanos para poder tan solo existir. Una institución edificada sobre la fuerza organizada necesariamente cometerá agresiones y provocará conflictos. Todas las guerras son, en el análisis final, guerras políticas. Se lucha para dirimir quién va a ser el que gobierne. Por lo tanto, para abolir la guerra no es necesario intentar la imposible tarea de cambiar la naturaleza del hombre para que no pueda elegir iniciar la fuerza contra otros; lo único que hace falta es abolir los gobiernos. Esto no significa que con el establecimiento de una o varias sociedades de laissez-faire las guerras se terminarán inmediatamente, porque mientras haya quedado un gobierno poderoso y viable, la amenaza de una guerra permanecerá en pie y las áreas libres necesitarán mantenerse en guardia. Si una sociedad de laissez-faire se hiciera realidad a lo largo del mundo civilizado, la guerra dejaría de existir. La misma palabra «gobierno» significa que algunos hombres gobiernan, «rigen», a otros. Sin embargo, en la medida en que los hombres son gobernados por otros hombres, existen en la esclavitud. La esclavitud es una condición en la cual a uno no se le permite ejercer su derecho a ser dueño de uno mismo, sino que es regido por algún otro. El gobierno, el dominio de unos hombres sobre otros por medio de la fuerza iniciada, es una forma de esclavitud. Defender el gobierno es defender la esclavitud. Abogar por un gobierno limitado equivale a ponerse en la ridícula posición de abogar por una esclavitud limitada. En pocas palabras, el gobierno es el dominio de algunos hombres sobre otros por medio de la fuerza iniciada, lo que equivale a esclavitud, lo cual está mal. «Cuando un hombre nace para esclavo, la libertad, por contraria a su naturaleza, para él resulta tiranía». Fernando Pessoa. Solo en el siglo pasado hubo cientos de millones de muertes, no de los combatientes de ambos bandos de las muchas guerras que se desencadenaron, cuyas bajas fueron enormes, sino, entre comillas, de sus propias poblaciones a las que decidieron disparar, bombardear, lanzar granadas, apuñalar, gasear, matar de hambre, esclavizar hasta morir y más formas de eliminar gente mediante procedimientos bastante grotescos como para ser contemplados con calma. R. J. Rummel dedicó su vida a compilar datos de lo que él llama «democidio», muertes producidas por los Estados fuera de las guerras, lleva acumulado hasta ahora un total de 262 millones de víctimas de democidios. Solo en el siglo XX, 262 millones. En su sitio web R. J. Rummel Democide, se pueden encontrar muchos datos al respecto. Incluso se podría decir que los números de Rummel podrían estar por debajo de lo real porque muchas acciones de los Estados, como por ejemplo las acciones de la FDA (siglas en inglés de la Agencia de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos) que han causado cientos de miles de muertes prematuras no se incluyen en los cálculos de Rummel, que solo incluye gente que murió violentamente. Pero el Estado tiene suficiente imaginación para hallar también otras muchas formas indirectas de matar a la gente. Sin embargo, casi incomprensiblemente, la gente teme que sin la supuestamente indispensable protección del Estado, la sociedad caerá en el desorden y la gente sufrirá graves prejuicios. El analista Mancur Olson, que habla con franqueza de «los gobiernos y de todas las cosas, buenas y malas, que aquellos hacen», procede a contrastar: «Las horribles anarquías que emergen en su ausencia». Aunque no da ningún ejemplo, ni siquiera citas que apoyen su caracterización de la anarquía. Pero los daños que causan los Estados en palabras de Olson, «las cosas malas que hacen», están descritas aquí... innegables, inmensas y desagradables, mientras que los daños que alegan que sufriríamos sin Estado son espectros de la mente, solo conjeturas. Los anarquistas no intentaron matar o llevar a cabo un genocidio de los armenios en Turquía. No intentaron matar de hambre deliberadamente a millones de ucranianos. No crearon un campo de exterminio para matar a millones de judíos, gitanos y esclavos de Europa. No lanzaron montones de bombas sobre ciudades alemanas y japonesas, ni tampoco lanzaron bombas nucleares. No mataron a millones de chinos ni a más de 500 000 integrantes del Partido Comunista indonesio. No intentaron matar a cualquiera que tuviese una mínima educación en Camboya. No intentaron matar a 200 000 campesinos mayas y otros en Guatemala. No intentaron matar a más de 500 000 tutsis y pacíficos hutus en Ruanda. No implementaron las sanciones comerciales de los Estados Unidos y sus aliados que mataron a más de 500 000 niños iraquíes. No lanzaron como los Estados Unidos una guerra de agresión tras otra. Hay muchas cosas que los anarquistas no hicieron y que sí hicieron los estatistas. «El aporte más profundo y fundamental del pensamiento liberal es que son las ideas las que constituyen la base de todo el edificio de la cooperación humana y que ningún orden social puede ser verdaderamente duradero cuando toma como base ideas falsas y erróneas. Nada puede sustituir a una ideología que promueve el valor de la vida humana defendiendo la cooperación social: en especial, las mentiras “llamémosles tacticismo, diplomacia o compromiso” no pueden sustituir a esa ideología. Si los hombres no están dispuestos a hacer voluntariamente lo que deben hacer para mantener la sociedad y el bien común, nadie podrá recolocarlos en el buen camino mediante las más variadas estratagemas y artificios. Si se equivocan y extravían, uno debe esforzarse por convencerlos y sacarlos del error. Pero si se empeñan en persistir en el error, entonces nada puede evitar la catástrofe. Todos los trucos y las mentiras de los políticos demagogos serán acaso útiles para promover la causa de aquellos que, de buena o mala fe, pugnan por destruir la sociedad. Pero la causa del progreso social, la causa del desarrollo e intensificación de los lazos sociales, no puede ser defendida mediante mentiras y demagogias. Ningún poder terrenal, ninguna astuta estratagema y ninguna conveniente mentira triunfarán a la hora de lograr que la humanidad acepte unas ideas a las que no reconoce validez y que incluso desprecia abiertamente». Ludwig von Mises. ¿En dónde está la protección personal y orden social estatal? Supongamos aunque solo a los efectos de la argumentación que el establecimiento inicial del Estado reduce el grado de desorden social. La obvia pregunta sin embargo que los filósofos raramente hacen es entonces: ¿Qué pasa después? ¿Permanece constante el grado de desorden social? Todo lo que descubrimos en teoría y por observación se opone a esa constatación. De hecho la posible progresión en el tiempo es que bajo el dominio del Estado el desorden social tiende a crecer. Esta tendencia existe porque el Estado intenta de incontables formas obligar a la gente a actuar contra lo que percibe como su propio interés. Y la gente responde recurriendo a toda clase de evasiones, mercado negro y actos que tipifican como crímenes. Y por supuesto las obligaciones fiscales que establece el Estado derivadas de impuestos. Es más, mientras que con un Estado el desorden social tiende sistemáticamente a aumentar, sin un Estado el desorden social tiende sistemáticamente a decrecer. Esta última tendencia refleja la progresiva y mutuamente ventajosa solución de los problemas sociales, característica de un orden libre y espontáneo. Consideremos el sencillo ejemplo del propietario de una vivienda que vigila la propiedad de su vecino cuando el dueño está ausente, como el vecino vigilará la suya cuando él esté fuera. Comparemos esta sencilla y efectiva forma de protección cooperativa con la «protección» que dispensa el oficial de policía del Estado, que con gran dispendio público «se entretiene conduciendo sin rumbo». «La monopolización del dinero y la banca es el pilar fundamental sobre el que descansa el Estado moderno. De hecho, es probable que sea convertido en el instrumento más preciado para aumentar los ingresos del Estado. En ningún otro lugar puede el Estado hacer la conexión entre la redistribución de gastos y la explotación de retorno de forma más directa, rápida y segura que al monopolizar el dinero y la banca. Y en ningún otro lugar hay planes estatales menos claros que aquí». Hans Hermann Hoppe. Seguramente exista una confusión terrible con la idea de regulación en una sociedad anarcocapitalista donde no exista el Estado. Los que apoyamos este modelo de sociedad no estamos en contra de todo tipo de regulación, sino sólo de que el Estado lo haga. O expresado de otra forma: que el Estado no tenga autoridad o no deba prohibir o regular nada no quiere decir que la empresa privada tampoco lo pueda hacer. Para garantizar la seguridad de los servicios que se ofrecen, la empresa privada suele imponer las condiciones de uso como «por ejemplo» ponerse el cinto de seguridad a la hora de conducir. Nosotros creemos que este tipo de regulaciones son mucho más afortunadas a la hora de garantizar la seguridad del público que las que realiza el Estado. La razón de ello es que en la raíz de este tipo de normas el empresario está tratando de maximizar sus rentas, lo que implica evitar que se le demande por un uso inadecuado de sus servicios en caso de accidente. Al suplantar el Estado en esta actividad al empresario, no solo se le obliga a este a asumir pérdidas que de otro modo no ocurrirían, sino que además se pone en peligro al usuario mismo. Esta es la razón de que en las carreteras, por ejemplo, ocurran tantos accidentes, pues el usuario de las mismas no puede demandar al Estado por deficiencias del servicio. Lo que aquí no tiene mucho sentido es permitir al usuario el uso y después castigar si no se cumplen las normas, ya que en ello se implica que el ciudadano es propiedad del Estado. Una cosa es proponer reglas de uso en abstracto y otra hacerlo con el conocimiento de causa que solo el dueño de unos servicios puede tener, ya que a este, a diferencia del Estado, le mueven sus incentivos. Los seres humanos no estamos diseñados para ser animales domesticados dominados por una «clase política». Se intenta mostrar cómo podemos pensar con claridad respecto de la alternativa entre una sociedad con un Estado y una sociedad compuesta por individuos que se autogobiernen de verdad. Si asumimos que tenemos semejante elección, parece bastante obvio determinar cuál es la mejor. Sin embargo, si se prescinde de cualquiera espero que se haga en reconocimiento de aplicar el principio de «prudencia» a la hora de optar entre la anarquía y el Estado. El fuego ha demostrado ser una magnifica ayuda para los seres humanos, pero un fuego que no se puede contener presagia nuestra propia destrucción. El Estado es precisamente ese fuego. |
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