Un buen préstamo... ¡es un libro!
Felipe González Piñeiro
 

La última vez que nos habíamos reunido, en ese entonces para mi cumpleaños, ambos habían estado leyendo sentados en el sillón del living mis prematuras líneas que comenzaba a redactar y a publicar más allá de los documentos de Word.

Con Pablo e Isabel solemos compartir largas charlas. Julia, su hija, también se nos une acompañada de sus fieles muñecas y participan de los intercambios, nos convida con alguna diminuta taza de té o deliciosas comidas imaginarias, elaboradas en unas pequeñas ollas de plástico. Son encuentros esporádicos de lo más divertidos. Últimamente, han comenzado a prestarme algunos libros. La pionera del asunto fue Isabel. Su primer préstamo fue: Anarquismo y Anarquía de Errico Malatesta, de ediciones Tupac. Un libro interesante, combativo, contundente, con algunos pasajes ya subrayados por el anterior lector, con flechas y señalizaciones hechas con lapicera de tinta negra. Un libro al que en su momento supe leer de a poco y del que he dejado algunas páginas en suspenso…
Una noche antes de irme, me acerqué a la modesta biblioteca que tienen en su casa. Sacaba un libro y ojeaba su reseña, sacaba otro y volvía a hacer lo mismo. De repente Pablo salió de la cocina, se acercó y eligió uno en especial. Un libro pequeño, de color verde flúo en su tapa y contratapa, con bordes en color azul. En el frente, se leía el título con letras grandes y sin espacios, PORROVIDEO. Más abajo escrito en color blanco y un poco más chico, el nombre del autor, Jorge Alfonso.

A partir del siguiente día Porrovideo comenzó a acompañarme desde mi casa hasta el salón de clase, ida y vuelta. Lo leí en el ómnibus, cuando tuve la suerte de ir sentado, otras veces parado en el pasillo, en esos días en que el chofer sentencia de forma mecánica que «pasemos más al fondo en doble fila que hay lugar», mientras golpetea la moneda contra algo metálico, «más al fondo señores, en doble fila, así dejamos pasar», más al fondo, más al fondo y más al fondo. Jorge Alfonso y su Porrovideo atrapan y entretienen desde la lectura del primer cuento.

Es el dinamismo que logra transmitir con su prosa, la cercanía de sus historias, las palabras simples y expresiones cotidianas que utiliza, de esta forma llega a describir los momentos con acertados y ocurrentes detalles visuales. Por ejemplo: «Fue cuando se me ocurrió ir a tomar el ómnibus. Ahí empezó la cosa. Lo primero que vi fueron tres mujeres con caras deformes que parecían cerdas (sí, eran caras de cerdas)… La cerda no me contestó. Se quedó mirándome. Tenía unos dientes grandotes. Con decirte que la sonrisa le abarcaba más de la mitad de la cara». Marcelo: «Pienso, luego me drogo» (pág. 99).

Por otra parte «El aire del barrio», el primer cuento de los diecisiete cuentos. La historia gira en torno a un grupo de amigos que se reúne una noche a caminar por un barrio de Montevideo, salen a tomar aire mientras comparten una botella de vino, fuman tabaco y marihuana, conversando acerca de «cómo acabar con la infelicidad del hombre», hasta llegar al formal y cuidado sepulcro de una rata callejera que encuentra Javier, uno de los personajes. Una historia rocanrolera, que en ciertos pasajes me permitió recordar a 25 Watts de Pablo Stoll. De todos modos en este libro, quien escribe nos comparte las historias con un ritmo característico, con anécdotas desfachatadas, con momentos por demás irónicos, precisos y acompañados de un especial humor.

Además nos permite sumergirnos en el ambiente que describe y que crea. Son páginas que exponen cuentos entre líneas bien iluminadas, alegres y soleadas, otros cuentos con sus caras duras, frenéticas, que transitan entre líneas un poco más oscuras, solitarias, introvertidas.

Jorge Alfonso nos invita a recorrer distintas escenas, auténticas y reflexivas. De esas que uno puede disfrutar a la pasada con detenida vigilancia en los detalles.
Porrovideo plasma momentos a la uru-guaya, de igual modo ocurrentes, que develan situaciones comúnmente locas. En donde ser joven no es delito y ser un viejo sabio tampoco. Lo que sí es delito es la odiosa rutina que nos traslada hacia el polvoriento escritorio de un excéntrico Jefe. Es delito negarse a la amistad de un desconocido y así descubrir que ese viejo cartonero tiene historias mágicas para compartir. Es delito no disfrutar de tomarse una cerveza después de haber trabajado como burro durante toda la temporada de verano, es delito correr para no mojarse en la lluvia o quedarse parado cuando una comparsa y sus tambores rojos y verdes empiezan a sonar en el barrio. «Los tambores truenan y yo voy sintiendo que no estoy solo. Empiezo a moverme y a bailar. Primero lo hago con miedo. Después voy ganando confianza y de repente me largo a la calle y me acerco a la vieja. Ella me da la mano, me mira a los ojos y sonríe. Nos soltamos y empezamos a bailar». «Cómo se baila el candombe», pág. 140.

«Estoy repleto de todo el poder de las estrellas que chorrean saliva en mi frente y sigo bailando». «Cómo se baila el candome», pág. 141.

Este pequeño libro, de casi ciento cincuenta páginas, se propone develar esas historias que nos convidan de una risa hasta en el más rutinario viaje suburbano. En paralelo a esa ruta que recorremos en el 143, uno pasea entre sus páginas colmadas de versátiles situaciones, diálogos y expresiones, sonidos, gustos y escenas. Un librito despreocupado y alejado de toda regla estilística conservadora, prejuiciosa y aburrida que se encargue de limitar ya sea la realidad o la ficción, de una historia sencilla y honestamente feliz.

 
 
 
 
 
 
 

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