María Julia, sus suertes y algo más que un número
Jorge Benedykt
 
Suertes hay dos, las buenas y las malas. María Julia, una de las tantas, una de las muchas Marías, de las tantas Julias, simples personas a las que todos conocemos, tuvo las dos.

María Julia era una mujer con buena suerte, tenía 68 años, edad a la cual no todos tienen la felicidad de llegar. También tuvo buena suerte porque trabajando como peluquera consiguió criar a sus tres hijos. Tuvo buena suerte porque con su trabajo consiguió comprar muchas cosas, y entre tantas, una cartera. Pero tuvo mala suerte. Para robarle la cartera, el día 23 de mayo pasado a las 17:30 h, en la calle, le dieron un golpe, la tiraron al piso y la patearon en la cabeza, pero tuvo buena suerte, se llevaron apenas su cartera. Sin embargo, ese no era su día de suerte, al caer se golpeó la frente en la vereda, pero tuvo buena suerte, se pudo levantar y hablar. Pero la buena suerte, después de algunas horas, se transformó en mala suerte, el diagnóstico médico decía que tuvo traumatismo craneano, pero tuvo buena suerte porque estaba viva y consciente. La mala suerte le llegó horas después cuando se le formó un coágulo en el cerebro y entró en coma. Pero dentro de su mala suerte tuvo la buena suerte de ser tratada por buenos médicos que, al final, tanto a ellos como a María Julia, la mala suerte los venció. María Julia falleció el 10 de junio, dieciocho días después de intentar salvar su cartera, de perder su dignidad, su buen humor, su derecho a vivir, la confianza en su derecho a caminar por la calle con la tranquilidad de quien trabaja y paga sus impuestos para que, a cambio, las autoridades le den seguridad. Y para completar, perdió su vida y su familia perdió a María Julia.

El ladrón, bandido, oportunista, criminal, o cualquier otro nombre o adjetivo por el cual se lo quiera llamar, fue capturado. Es un joven que, el día en que tuvo buena suerte y pudo llevarse la cartera de María Julia, también tuvo buena suerte porque solo tenía diecisiete años de edad, era menor, cumpliría los dieciocho años dos días después.

Hoy esta «internado» como menor. No soy abogado y poco entiendo de leyes. No sé si la muerte de María Julia se le podrá imputar como mayor de edad o no, ya que al momento del hecho delictivo era menor. Ni siquiera sé si se lo podrá juzgar por la muerte de María Julia porque difícilmente se sabrá si la misma fue causada por los golpes en la cabeza que le perpetró al momento del atraco o si el coágulo fue consecuencia de la caída y el golpe de su frente contra la vereda. Lo que sí es cierto es que, de cualquier manera, este joven que hoy está preso, mañana estará nuevamente en las calles de nuestra ciudad pronto para intentar robar otra cartera o un celular. Espero que si esto sucede —y sucederá— la próxima víctima tenga mala suerte, que pierda su cartera, que el malhechor tenga suerte y se la pueda arrebatar con facilidad, sin tener «mucho trabajo», sin tener que hacer mucho esfuerzo, sin usar violencia, como si le quitara un caramelo a un niño.

Mucho se ha discutido y se sigue discutiendo en relación a bajar la edad de imputabilidad. Mucho se ha dicho a favor o en contra, y lejos de querer abogar en favor o en contra, algo es seguro, no importa la edad del criminal, no importa si es un ladrón de «cuello blanco», si usa traje y corbata o si vive en un rancho de lata en la periferia de la ciudad o en las calles, lo cierto es que mientras Gobierno y sociedad no llevemos nuestro país con pulso más firme, no escuchemos con más atención a nuestros vecinos y electores, no eduquemos a nuestros hijos con más rigor humanista, respeto y sensibilidad, mientras no seamos capaces de reconocer que por cada ciudadano que es asaltado o robado en la calle y hace la denuncia existen otros tres o cuatro que, al tener suerte y no perder la cartera, se conforman con llevarse el susto, llegar a casa y apenas contarle a sus amigos, mientras no nos demos cuenta de que el simple arrebato de una cartera casi vacía en la calle puede terminar en tragedia y mientras continuemos comparando nuestras estadísticas con las de otros países para sentirnos aún seguros, nuestras tragedias irán aumentando, así, como simples números, apenas como cifras estadísticas, simples líneas negras en un papel, como María Julia, quien ahora pasó a ser apenas un «1» más.

Quizá mañana el número se llame Juana, o Pedro, o Ana, o cualquier otro nombre. Al final, todo está bien, son solo nombres y números, así como el ladrón es hoy apenas uno más, un número sin importancia con un nombre que, por ser menor de edad, aunque haya robado y haya causado muerte y dolor, sólo será conocido por las Marías, las Julias, los Pedros, o las Fernandas, por tres o cuatro letras iniciales, sin foto, sin «escrache» público, sin pasado, y lo que es peor, sin futuro.

A la familia de María Julia Núñez, mis más sinceros pésames, y espero que su tragedia y la de su familia no sea un número más, y que nos ayude, desde donde hoy se encuentre, a entender, a reflexionar, a buscar un mundo mejor, a aprender, y que de alguna manera guíe a quienes tienen la responsabilidad de mirar por nuestra seguridad, nuestra salud y nuestra educación y a nosotros mismos como ciudadanos a encontrar el camino que, seguramente, alguna vez hemos prometido seguir, y dejemos de contar con la buena suerte, o a conformarnos con hechos como estos y decir: mala suerte.

Como uruguayos siempre fuimos adictos al fútbol. En ese deporte, como en la vida, los números no siempre reflejan la realidad. Ganar un juego por 1 a 0 no es lo mismo que ganar por 9 a 8. En la práctica ganamos por un gol de diferencia, podemos haber hecho nueve goles, pero nos metieron ocho. Y si no reconocemos que nuestra defensa tiene problemas y seguimos así, por mejor ataque que tengamos, en los próximos partidos nos estaremos arriesgando a perder por goleada. ||

 
 
 
 
 
 
 
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